• Es un elemento muy repetido desde el principio y a lo largo de toda la historia de los videojuegos ¿qué son los jefes o bosses? En este artículo, analizamos un poco más en profundidad este elemento que ya es icónico en muchos títulos.

Vamos a ver quién manda – Los jefes en los videojuegos

¿Qué es un jefe en un videojuego?

Dentro la narrativa de un juego, es un elemento casi básico ¿qué son los jefes en un videojuego? El jefe, o boss, será aquel enemigo con mayor dificultad, resistencia o vida que el resto de enemigos que (normalmente) nos acorrala sin posibilidad de fuga ni de avance hasta que le venzamos.

Ya sean específicos de esa fase o del final del juego, también serán el elemento que tratará de impedir que continuemos disfrutando del resto de la historia. Y recordando a los exámenes de nuestra vida estudiantil, hay que ir bien preparado para el reto que suponen y, de esa manera, no tener que repetir.

Y es que son precisamente eso: un examen, en este caso, de las mecánicas que el juego nos ha ido enseñando durante las horas anteriores al enfrentamiento. Habitualmente podremos y deberemos usar las mecánicas que hemos ido aprendiendo y repitiendo previamente. También es probable que necesitemos usar los ítems que habremos recogido hasta ese instante ya que resultarán ser, por conveniencia del guion, su gran debilidad.

Tipos de bosses

Dentro de todas formas en las que los podemos encontrar, hay varios arquetipos de boss:

  • Las esponjas de golpes o de daño: Serán muy similares al resto de enemigos del juego y utilizando las mismas mecánicas, podrán ser derrotados de forma sencilla, sin tener que variar lo que llevemos haciendo hasta el momento. Una barra de vida más larga y nada más.
  • Solo saben un truco: normalmente, destacan por hacer alguna cosa diferente al resto de enemigos comunes: saltar más arriba, usar un disparo diferente, moverse mucho más rápido, ser más grandes, etc.
  • Bailarines: aquí es donde surge el mayor reto. Este tipo de jefe no tiene un patrón de movimiento fijo. Reacciona siempre a lo que hagamos y eso le dota de un “realismo” que potencia nuestra interacción con ellos. Nos persigue, ataca diferente en función de donde nos encontramos, se defiende, intensifica o relaja en función de la estrategia que nosotros tomemos y, en definitiva, modifica su patrón general en torno a nosotros. El reto está servido y a más complejidad en su árbol de decisiones con respecto al jugador, más interesantes y difíciles pueden resultar. Y quién dice interesante, dice también desquiciante.

El jefe es como un baile

Y es que con el baile podemos hacer una buena analogía de cuando nos enfrentamos a esos jefes mínimamente complejos.

Hay miles de bailes distintos y cada uno implica que seamos lo suficientemente buenos o hayamos ensayado lo suficiente para no lesionarnos o pisar a nuestra pareja. De igual forma, el boss te exige tener esa preparación y seguir esa coreografía para derrotarle. Y de paso, para no aparecer en redes sociales como video humorístico.

El jefe nos propondrá una cadencia, un ritmo, en el que atacará, se defenderá y se moverá.

El aprender a identificar esta coreografía para cada jefe es lo que nos hará ver las “ventanas” que nos ofrece. Las ventanas serán esos espacios en que no nos exponemos a ser heridos, nos permiten atacar y/o nos dejan interactuar, ya sea con el entorno o con el propio jefe. Leer el ritmo del baile es clave para descubrirlas. Lanzarse de cabeza sin prestar atención a ellas solo nos dará la garantía que tendremos que volver a repetir todo desde el principio.

Jefes más icónicos que el propio juego

Gracias a todo lo anteriormente comentado, hay algunos jefes que se han convertido en clásicos instantáneos por la dificultad y/o originalidad de su reto. La saga Dark Souls puede ser un buen referente en el que observar algunos ejemplos, como pueden ser Ornstein y Smough (al ser dos enemigos a la vez que se complementan), el viejo rey Allan o el perrito Sif.

Aunque, en última instancia, el mejor jefe siempre será el que cada persona recuerde haber bailado mejor. Sin importar cuántos pisotones nos hayamos llevado en el intento.

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